Meditando sobre estas cuestiones he llegado a la conclusión de que todas son ciertas. Las personas, en general, no hablamos de nuestros sentimientos casi nunca; incluso lo evitamos, si podemos. La mayoría de la gente lo considera una evidente señal de debilidad, al igual que la insensibilidad y la indolencia son señales de fuerza y resistencia. Hablar de amor incomoda, molesta, perturba, empequeñece, aflige, asusta, destruye todas las defensas y nos expone al daño de manera directa, al filo de la navaja. Muy pocas personas permanecen intactas después de un rechazo personal, íntimo. ¿Quién se arriesga al maltrato, a la humillación, al desprecio de alguien por quien daríamos la vida? ¿Cómo se vive con eso, después de eso?Vale, puede que no hablemos del amor. Puede que los personajes de una ficción no hablen del amor para resultar más reales... Pero SÍ QUE PIENSAN EN EL AMOR. Piensan en lo que sienten, en lo que desean, en lo que representa el otro, en lo que deseamos del otro, en lo que nos duele nuestra incapacidad para expresarlo, para conseguirlo. El diálogo con uno mismo sobre el amor que sentimos es tanto o más interesante que lo que somos capaces de transmitir al otro, si es que lo hacemos alguna vez.
Le he dado vueltas y vueltas hasta que lo he encontrado. Extraño, porque no es una pareja convencional en absoluto. Ni siquiera son de carne y hueso. Tampoco dicen lo que sienten abiertamente, ni hablan de si mismos con naturalidad; son japoneses. Otra cultura, otro mundo. Barroquismo afectivo, masoquismo, emotividad extrema, trama imposible, imagen infantiloide, subversión erótica; yo que sé. Me encanta.
¿Habrá algo parecido a este lado del planeta?

