martes, 29 de noviembre de 2011

Texto de 2006, cuando yo aún era escritora...

Saturday, September 30, 2006

El sínfilo

Incluso estando muerto a uno le puede molestar el ruido del futuro; no deja de embestirnos donde quiera que nos encontremos. Hace muchos siglos que conozco la sensación vertiginosa producida por el tiempo que no me pertenece, ese tiempo que robo a otros para luego desecharlo en vanalidades y actos estúpidos como, por ejemplo, las múltiples veces que traté de suicidarme sin conseguirlo. Los de mi especie no estamos preparados para asumir la responsabilidad de una longevidad tan extraordinaria. Ni siquiera sabemos para qué sirve. No somos superiores ni poseemos facultades especiales; no somos más hermosos, ni más sabios. He tratado de descubrir en mi interior algún talento que pueda arrojar un poco de luz sobre mi particular naturaleza, pero los intentos han resultado inútiles... La única conclusión, verdadera e incuestionable sobre mí mismo, es que soy un parásito.

Mi nombre es Guldimir y, aunque nunca he sabido la fecha de mi nacimiento, sí puedo recordar los primeros años en los valles cercanos a Auch, el pueblo francés donde me crié. Una nodriza se apiadó de mi llanto y me recogió del portal del orfanato para, después de amamantar al hijo del recaudador, alimentarme con la leche que le sobraba. Durante el invierno ella me escondía entre las vasijas de la alacena, encerrado bajo llave y, cuando crecí, me enseñó a ocultarme en un agujero de la chimenea de la cocina, siempre cerca de la despensa. A veces me permitía ocultarme bajo sus enaguas para poder salir de la casa a hurtadillas hasta el bosque, donde, al poco tiempo, aprendí las astucias de los asaltantes de carros; así fue como me convertí en ladrón. Un día, cuando descubrí que más allá de los senderos se alzaban ciudades, monté sobre un caballo y comencé a galopar hacia el sur; después de un viaje de varias semanas el animal escupió una bocanada de sangre y se desplomó, enfermo de agotamiento. El camino era una senda arenosa, de paisaje árido y silencioso. El amarillo inundaba la tierra abrasándola con un calor infame que me hacia sudar; sin apenas darme cuenta había recorrido varias leguas y, entonces, algo extraño sucedió. Un hombre se interpuso en mi camino blandiendo la hoja de una espada que, de inmediato, me atravesó el corazón, produciendo un crujido en mi pecho. Me derrumbé tosiendo sangre igual que mi jamelgo, sin aliento sobre la arena mientras la vista se volvía más y más pequeña, hasta desaparecer.

Esa fue la primera vez que morí.

lunes, 21 de noviembre de 2011

8 cuentos de dos frases

La mujer olvidada había memorizado las cartas de todos sus amantes.
Fue entonces cuando el cartero le trajo una nueva baraja.

Erase una vez un castillo lleno de monstruos incansables que no sabían dormir.
Vivieron felices porque comieron perdices con ibuprofeno.

Una piedra enorme estalló en mil pedazos idénticos.
Su corazón se estaba reproduciendo.

El niño saludó; "¡hola, soy yo!".
La niña contestó; "Eso no vale".

Dentro de las cosas no quedaba más sitio, así que el sitio tuvo que acostumbrarse a salirse por fuera.

El perro se había enamorado de la televisión.
La televisión le regaló una imagen congelada de Lassie.

Incluyéndote a ti somos menos que si cuento contigo para todo... ¿Sabes sumar llevando?

El primer sueño y el último se sentaron a jugar al póker en una mesa redonda. Ganó la partida el que más palos se llevó.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Buá

Hacía mucho tiempo que no me pasaba a llorar por aquí... Debe ser a causa de las marchas forzadas. Ahora lloriqueo en los baños de la oficina. Bajo la tapa del inodoro, apago la luz y cierro la puerta. Luego me tumbo. Me quedo quieta y disfruto del frío. Apoyo la cabeza sobre la cisterna y la hago rodar de derecha a izquierda. Subo las piernas y camino sobre los azulejos de la pared hasta que no puedo llegar más arriba. Me quedo allí bastante tiempo. A oscuras todo resulta mucho más sencillo pero también mucho más grandioso. Por el borde de la puerta se cuela la luz formando un rectángulo brillante. La porcelana helada y el destello difuso me hacen sentir como en una tumba.
A través de la pared se filtran los ecos de las conversaciones. Resultan triviales. Todo es absurdo desde la perspectiva de una caja mortecina.

Siempre imaginé, de niña, que morirse era lo más horrible de la vida. Ahora empiezo a entender que la muerte sólo sirve para comprenderse a uno mismo. Es para lo único que sirve y, al mismo tiempo, es lo único que sirve para algo.

De repente se me secan las lágrimas y vuelvo a salir del baño. La oficina sigue en pie, los techos resisten, el suelo no se ha resquebrajado.

Me preguntan, algunos, muy pocos, sobre mis novelas olvidadas. Hay orejas para los sueños, así que debe haber corazones para las historias, sean cuales sean.