lunes, 31 de diciembre de 2012

Gigantes y Diminutos

Nada mejor que una mañana de lluvia para ponerse a escuchar. Quizás un poco de perfume a humedad de la tierra, a riachuelo que desemboca entre juncos y matorrales, a rastrojos chamuscados, a pulpo hirviendo en calderos de cobre brillantes, igual que un tesoro verdadero; atrapando los sentidos sólo por un rato.

Paseo y reconozco este pueblo un poco más viejo pero fiel, y eso me hace sonreir. Hay algo digno en sentirse confiado, en que los días se repitan tal y como esperamos, aunque, por dentro, el deseo de romper la monotonía sea tan fuerte como el mar abroncando el litoral pedregoso.

-No debe ser tan fiero-pensé-cuando sobreviven las cáscaras de los berberechos...

-Es una cuestión relativa-contestaron a mis pensamientos-un hombre no se salva de un temporal...

Mirando las nubes me pregunto si seremos los más pequeños de entre todos los gigantes del universo, esos a los que todavía nadie ha aplastado, descuidadamente, en mitad del camino.



jueves, 20 de diciembre de 2012

Escribe esto, escribe... Si puedes

Era aquello de "una imagen vale más que mil palabras" que algunos no se creyeron porque, como bien dice otro refrán, "todo es del color del cristal con que se mira"...

Animes y más animes, especializados en desencadenar determinadas emociones en un público concreto, artistas de la efectividad visual, de los impulsos inducidos, de la sensación de inestabilidad, del vuelo mental, de lo grotesco, de lo salvaje, del onirismo y la exhibición freudiana...

Dijeron, ¿narrar un manga? Hay cosas que no se pueden contar con palabras porque, sencillamente, no existen palabras para explicar tales las cosas...

A ver qué haces con esto, a ver si te atreves -me desafiaron-. Me corto la lengua si logras la mitad de adrenalina que consiguen estos escasos 4 minutos...

No voy a pedirle la lengua, pero espero conseguir un nuevo portátil...



sábado, 15 de diciembre de 2012

Misiones imposibles del ama de casa común



Me di cuenta de que no tenía suficiente arroz.

Miré la vitrocerámica; la válvula de la olla express estaba a punto de empezar a zumbar con el guiso de carne dentro. El reloj marcaba las dos menos veinte.

Tenía dos opciones: Apagar la olla, salir a comprar, reanudar todo el proceso a la vuelta y empezar a comer a las tres de la tarde o ponerme calzado adecuado y arriesgarme a una contrarreloj hasta el supermercado de quince minutos exactos.

Respiré hondo y, cómo no, me decidí por lo segundo.

Bajé las escaleras a toda velocidad. En el rellano me encontré con la vecina y simulé una emergencia familiar para saltarla por encima literalmente. Salí del portal y crucé la calle hasta la avenida principal. Seguí corriendo. Llegué al supermercado. Había empleado más de seis minutos en llegar así que, teniendo en cuenta que el regreso era cuesta arriba, tenía que invertir menos de dos minutos en comprar el arroz. Había una cola terrible en la caja así que grité que necesitaba salir con urgencia. La gente me miró como si estuviese loca pero una de las cajeras, familiarizada con mi habitual descontrol doméstico, se apiadó de mí y me cobró enseguida. Lamentablemente no tenía cambio por lo que tuve que esperar la llegada de su compañera, quien tardó 25 segundos exactos en llegar a la caja. Recogí las monedas y regresé a la carrera sabiendo que sólo disponía de cinco minutos para recorrer casi tres kilómetros en pendiente... Imposible.


Algo en mi interior me decía que podía lograrlo. No sé qué era, ni de dónde venía, pero lo escuchaba con nitidez dentro de mi cabeza. De repente sentí que era capaz de terminarlo, que no estaba todo perdido y que, aunque la olla no fuese una bomba con cronómetro, yo, CMV, sí podía desconectarla a tiempo.

Cuando cerré la puerta de casa el reloj marcaba las dos menos tres minutos. Apagué el fuego de un salto y me derrumbé sobre una silla de la cocina... Había batido mi propio record. Una sensación de vitalidad inexplicable me invadió por todo el cuerpo y lloré, de alegría y de rabia contenida.

Me había dejado el arroz al lado de la caja registradora.





jueves, 13 de diciembre de 2012

Estaba yo

Mirando el techo sin darme cuenta... 20 minutos de mi vida gastados en un muro blanco.
Atascada en una frase. Y el caso es que, suena tan bien...
¿Será verdad esa gilipollez del miedo a hacer las cosas bien?
Mil interrupciones y mil distancias, cada vez más decepcionantes. Hace mucho me preguntaba si la fantasía se alimentaba de la realidad; bien, la respuesta es sí. Si no vives no eres capaz de imaginar ni desarrollar. Así que nuestra potencia creativa depende del entorno...
Oh, qué triste me siento. Me gusta pensar que ignoro el porqué.

Si no vives te vuelves una estrella enana. Aunque las enanas, con toda esa densidad oscura, me parecen tan románticas... ¿Estarán muertas porque no brillan, o no brillan porque se han muerto?

Quiero una estrella enana para Navidad... La quiero, la quiero, la quiero.



Quiero la capacidad de imaginar una Civilización Tipo 3 (*), quiero saber qué esconde la energía oscura, quiero un viaje al mundo de las respuestas, quiero que buda sea mi amigo, quiero la voluntad de Schopenhauer, quiero que Wittgenstein se invente una palabra que valga más que su significado y me la susurre al oido...
Contarle un chiste a Einstein y que se ria.



(*)Edito para mencionar la Escala Kardashev, un regalo para cualquier escritor medianamente sensible.


domingo, 9 de diciembre de 2012

Amor adolescente

Estoy haciendo un poco de memoria... Mi protagonista todavía es menor de edad y ha empezado a enfrentarse a sensaciones desconocidas sin referentes, lo que me lleva a forzar un poco de pureza de sentimientos, a la hormona en crudo, al retrato de la inseguridad...
¿Soy capaz, o no soy capaz? ¿Puedo, no puedo? ¿Qué (mierda) es esto que me está pasando?

Buscando y buscando, no sé si me encuentro a mí misma o el recuerdo de lo que me hubiese gustado ser... En cualquier caso...
La que escribe ahora el cuento, soy yo...