
Pregunté, hace poco, sin ánimo de recibir una respuesta.
- Seguramente, alguien que le quiera - Contestaron a mi lado.
Enmudecí. Era tan obvio, tan cierto y tan profundamente significativo que tuve que pararme a meditar sobre ello, darle vueltas en la cabeza. El pobre animal volvió a cruzar la carretera bajo la lluvia con la cabeza gacha, abandonado, olvidado. Acaso no busca lo que todos; acaso no se parece a nosotros más de lo que nos gustaría.
- No lo quiere nadie - Pensé en voz alta - Por eso vagabundea...
Me pregunto si a nosotros nos pasa lo mismo a menudo. Muy pocas personas nos quieren de verdad, y eso si somos afortunados. También somos perros perdidos bajo la lluvia tratando de volver a una casa caliente. Y cuando esa casa está vacía el mundo debe parecer una larga y peligrosa carretera llena de coches asesinos.
- Es malo ser perro - Resolví - No puedes llorarle tus penas a nadie...
- Eso no lo sabes - Volvieron a contestarme - A lo mejor los perros sí pueden hablar con Dios...
Volví a enmudecer. La maldita conversación me estaba dando dolor de cabeza. Miré hacia el frente y cerré los ojos, intentando recordar la lista de la compra, aunque antes saqué mi conclusión al respecto... Esto me pasa por no hablar con un perro.