No puedo por menos que reseñar la maldita cuestión de las horas de mi vida que me cobraron sin permiso, de las cuales no dispongo factura. Solicito también el abono del porcentaje que me corresponde por aniquilar a la competencia, cruel y premeditadamente, amén de cumplir los objetivos propuestos por el departamento de imbéciles correspondiente. Así mismo declaro y denuncio el robo de mi saldo de salud, astronómicamente mermado por sus controles de calidad laboral, cuyas directrices marcaron mi progresivo desangramiento y pérdida de conceptos humanos. Reclamo pues la restitución de mi inocencia, tal cual les fue entregada, al igual que la devolución íntegra de aquellos depósitos oníricos que ustedes vejaron sistemáticamente mientras dirigían mi entrenamiento para convertirme en ese gran imbécil que siempre quise ser.
Ruego atiendan mis humildes peticiones, les saluda cordialmente
(El pobre aspirante a imbécil que ustedes saben)

Estimado presunto imbécil:
No podemos por menos que asegurarle que nunca robamos a nuestros aspirantes más allá de lo que ellos nos permiten y, por supuesto, jamás exigimos nada que ustedes no se hayan traído previamente de casa. Olvida usted en su misiva que regalamos un plan de propósitos sin clasificar a todos aquellos que lo necesitan, además de cuidar que se cumplan al más alto nivel de exigencia, para lo cual invertimos buena parte de nuestras vidas vacías en salvaguardar los resultados de aquellos incapaces de sobrevivirse a sí mismos. Despertamos a nuestro personal con la misma entereza que el lobo muerde la garganta pálida del cordero antes de comérselo, un bello poema natural que sin duda usted sabrá valorar en su justa medida.
Sin más, le deseamos una feliz y próspera balada
(El viento que no cesa en la nuca del imbécil)
